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Tercer discurso de Buddha: el sermón del fuego

Adittapariyaya Sutta

SN 35,28 {13S4.1.1.3.6,28}


Esto he escuchado. En una ocasión el Bienaventurado estaba en Gaya, en la Cabeza de Gaya, junto a un grupo de mil monjes. Estando ahí, se dirigió a ellos con estas palabras:

Monjes, todo está ardiendo. ¿Qué significa que todo está ardiendo?

El ojo está ardiendo, las formas están ardiendo, la conciencia del ojo está ardiendo, el contacto del ojo está ardiendo; también toda sensación placentera o penosa, y la que no es ni placentera ni penosa que depende del ojo como su condición indispensable, está ardiendo. ¿Ardiendo con qué? Ardiendo con el fuego de la codicia, con el fuego de la animadversión, con el fuego de la falsa ilusión; ardiendo con el nacimiento,  la vejez y la muerte; con las penas, lamentaciones, dolores, con la angustia y desesperación.

El oído está ardiendo..., la nariz está ardiendo…, la lengua está ardiendo..., el cuerpo está ardiendo..., la mente está ardiendo, las ideas están ardiendo, la conciencia de la mente está ardiendo, el contacto de la mente está ardiendo; también toda sensación placentera o penosa, y la que no es ni placentera ni penosa que depende de la mente como su condición indispensable, está ardiendo. ¿Ardiendo con qué? Ardiendo con el fuego de la codicia, con el fuego de la animadversión, con el fuego de la falsa ilusión; ardiendo con el nacimiento,  la vejez y la muerte; con las penas, lamentaciones, dolores, con la angustia y desesperación.

Monjes, viendo esto, el bien instruido noble discípulo experimenta desapego hacia el ojo,  hacia las formas, hacia la consciencia del ojo, hacia el contacto del ojo y hacia toda la sensación placentera o penosa, y hacia la que no es ni placentera ni penosa que depende del ojo como su condición indispensable. Experimenta desapego hacia el oído..., hacia la nariz..., hacia la lengua..., hacia el cuerpo..., hacia la mente, hacia las ideas, hacia la consciencia de la mente, hacia el contacto de la mente y hacia toda sensación placentera o penosa, y hacia la que no es ni placentera ni penosa que depende de la mente como su condición indispensable.

Experimentando desapego se vuelve desapasionado. Mediante el desapasionamiento, su mente se libera. Alcanzada esta libertad, aparece en él el conocimiento de que está liberado. Entonces entiende: el nacimiento está destruido, la vida santa ha sido realizada, la tarea ha culminado. No queda nada más por delante.

Esto dijo el Bienaventurado y aquellos monjes se sintieron deleitados y elevados por las palabras del Bienaventurado. Y las mentes de aquellos mil monjes fueron plenamente liberadas de las contaminaciones a través del no-apego.